Comentario
Durante el reinado de Ramsés XI, los grandes sacerdotes de Amón habían ido adquiriendo una progresiva autonomía, según se desprende de la biografía de Amenofis y su contemporáneo, el virrey de Kush, Panehesi, aunque no podamos reconstruir con precisión ni los acontecimientos históricos, ni las voluntades personales. Pero podemos aceptar una tendencia que culmina con el denominado golpe de estado que el gran sacerdote Herihor da en el año 19 del reinado de Ramsés XI. A la muerte del faraón, la división del reino es inevitable. Mientras que en el sur Herihor había sido sucedido por su hijo Piankhi aún en vida de Ramsés XI, en el norte Smendes funda una nueva dinastía, la XXI, que contará con otros seis faraones. Al parecer es entonces cuando traslada la capital a Tanis, al tiempo que es reconocido como faraón por Tebas, a pesar de no pertenecer a la familia real. Hay que admitir aquí un deseo expreso de Piankhi por no alterar la paz en Egipto, posición que avala la tendencia centrípeta del clero amonita, frente a una imagen generalizada que ve en Tebas una razón del deterioro político de Egipto. De hecho, Piankhi es comandante en jefe de los ejércitos del sur, lo que le hubiera permitido enfrentarse a Smendes. Por otra parte, la capacidad política del sacerdocio tebano se pone de manifiesto cuando Pinedjem I, hijo de Piankhi, se proclama faraón. Sin embargo, no cuaja esta línea dinástica, ya que se llega a un acuerdo de reconocimiento mutuo entre los faraones de Tanis y los sacerdotes de Tebas, que se sella con matrimonios políticos. A partir de entonces, los grandes sacerdotes, que son también comandantes militares del ejército del sur, conservan una autonomía política casi absoluta, aunque no cuestionan la integridad territorial del estado y asumen la supremacía nominal del faraón.
Durante este período la escasez de alimentos en Tebas fomenta en el sur revueltas sociales que no podemos reconstruir con precisión, pero el nuevo gran sacerdote Menkheperré logra restaurar el orden. Entretanto, en Tanis sube al trono Psusenes I, que no ha legado documentos propios más que en las proximidades de Tanis. En realidad, los sacerdotes Pinedjem y Menkheperré arrebatan el protagonismo político al faraón. Pero tras los cincuenta años de gobierno de Menkheperré, sus sucesores no pudieron mantener una actuación tan destacada y no precisamente porque los sucesores de Psusenes hubieran usurpado desde el norte la iniciativa. En realidad, las excavaciones de Tanis demuestran las limitaciones del poder real. Las relaciones de intercambio con el Levante no son especialmente ricas y los monumentos de la capital se construyen con despojos de edificios más antiguos, mientras que los sacerdotes procuraban devolver el descanso a las momias de los faraones cuyas tumbas estaban siendo saqueadas. No obstante, hay sugerentes testimonios que indican algunas campañas militares en Palestina, a comienzos del siglo X, en la época de David. No podemos contextualizar estas operaciones militares en una proyectada política asiática, pero tampoco parecen alocadas correrías que buscaran prestigio en las cabalgadas; tal vez tuvieran como objetivo participar en la reestructuración de las redes comerciales que en esta época se entretejían tras el colapso generado por los movimientos de pueblos de finales del II Milenio.
Al mismo tiempo, conviene destacar que estas operaciones militares estarían sometidas a la consulta del oráculo de Amón, procedimiento mediante el cual el clero mantenía una prerrogativa de control sobre las decisiones políticas. Así pues, debió de haber consentimiento por parte de los grandes sacerdotes para que los faraones reiniciaran la política asiática que tan exitosa había resultado para sus faraones modélicos, los ramésidas.
La fase final de la dinastía está ocupada por Psusenes II, mientras que otro personaje homónimo, que algunos identifican como uno solo, ejercía el sacerdocio tebano. Éste se vio obligado a buscar un escondrijo seguro en Deir el-Bahari, descubierto en 1881, para las momias de grandes faraones del Imperio Nuevo. La alteración de la época no sólo se pone así de manifiesto, ya que la inestabilidad afectaba también a las colonias de extranjeros asentados en el valle. Entre ellos destacan los mercenarios libios mashwash, cuyo jefe Sheshonq solicita permiso del faraón para erigir una estatua en honor de su padre. Este príncipe bárbaro, afincado en Heracleópolis, se había refinado en la exquisita cultura egipcia cuando, a la muerte sin heredero de Psusenes II, decide dar un golpe de mano y proclamarse faraón. Se inauguraba así la XXII dinastía.